Ejército Argentino Capellanía Mayor
Javascript DHTML Drop Down Menu Powered by dhtml-menu-builder.com
Nuestra Señora de La Merced
Virgen de La Merced

 

Reflexión del Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección.
Separador

Evangelio según San Juan 20, 1-9.

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.

Esa madrugada del Domingo de Pascua, todo estaba todavía a oscuras, y curiosamente, en medio de la oscuridad, sucede lo imprevisible, el sepulcro se encuentra vacío, el Señor no está allí, su cuerpo no se encuentra. En la mitología griega, habían existido relatos de personajes muy conocidos, como Hércules, Orfeo y Ulises, en la romana también Eneas, que estando en vida, habían descendido al Hades, es decir al transmundo inferior, y luego regresado con la misma vida a éste mundo nuevamente. El mismo Dante Alighieri retomará dichos relatos para su imaginario viaje por el más allá. Era, eso sí una prerrogativa del héroe el ir al otro mundo y volver. En cambio, ya en la revelación del Antiguo Testamento, se habla de la vida en el más allá, de las almas separadas y también se habla de la resurrección de todos al fin de los tiempos, como en el profeta Ezequiel. Y singularmente se habla también de un personaje, que en los salmos, es como sometido a dura prueba y abatido, luego incorporado o levantado para dar gloria a Dios en medio de sus hermanos, o para narrar las hazañas de Dios a un Pueblo que ha de nacer (cfr. Sal 21, 22). San Agustín dice que el Pueblo que ha de nacer es la Iglesia, pero la Iglesia nace con la virtud de la fe, y ésta virtud de la fe proviene y nace de la resurrección de Cristo; también anunciada por el profeta Jonás 2, 1 y por el profeta Oseas 6, 2, en ambos lugares se hace mención de los tres días en que el mesías había de permanecer muerto hasta resucitar. Ahora bien, la resurrección de Cristo no es precisamente una vuelta a esta vida, como había sido la de Lázaro, para después volver a morir; sino que el Señor ha tomado ya la forma de la resurrección definitiva de los últimos tiempos, o del último día que ya anunciaba el profeta Ezequiel. Él, es decir Cristo, ya no muere más.

La resurrección, la suya, es un evento histórico pero también metahistórico, físico y metafísico a la vez, ya que el estado que adquiere es el estado de gloria. Por eso están allí, en el sepulcro las vestiduras y el sudario envueltos, su cuerpo tiene la sutilidad de los cuerpos gloriosos, que le permiten entrar y salir con puertas y ventanas cerradas y vestiduras también cerradas sin abrir. Si unos ladrones hubieran robado el cuerpo lo habrían llevado con vestiduras, sudario y todo lo que tenía puesto. En cambio, si se encuentran allí las vestiduras envueltas, es porque Él mismo ha salido sin desenvolverlas. Éste acontecimiento es de una trascendencia enorme y de igual importancia para el hombre y la humanidad: la muerte ha sido vencida. Ha triunfado la vida y la Vida Eterna. Existe el más allá, porque Él ha vuelto a la vida y nos lo ha mostrado. Dios existe y su visión bienaventurada es la felicidad del hombre y el Bien Supremo al que deberá aspirar con una vida nueva de fe y santidad; como si ya estuviera resucitado con Cristo, con el que alguna vez al fin de todos los tiempos estará resucitado como Él. Como dice Job en su libro: con mis propios ojos contemplaré al Señor. Creemos pues con toda la Iglesia en la resurrección de Cristo, al tercer día después de su muerte; y en la resurrección al fin de los tiempos, para vivir el mundo de la Gloria de Dios, cuando toda la materia del universo sea llevada a la gloria, porque también habrá cielos nuevos y tierra nueva donde Dios los será todo en todos. Todo ello no es un relato mitológico, sino palabra y acontecimiento anunciado y realizado por el mismo Dios hecho hombre.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense

Volver
Reflexiones anteriores
Descargas
 
BarraFinal
Santa Sede Conferencia Epicospal Argentina Obispado Castrense Ministerio de Defensa Ejército Argentino Escudo Capellania Mayor del Ejército mail Santoral Castrense Instructivo Pastoral Reflexión del Evangelio del domingo