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Nuestra Señora de La Merced
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Reflexión del Evangelio del Domingo de la “Ascensión del Señor”
Separador

Evangelio según San Mateo 28, 16-20.

Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin  embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Cuarenta días después de Pascua, es decir de la resurrección de Cristo, el Señor se despide de sus discípulos, que ya no le verán más, como en aquellos días de su convivencia con ellos hasta su muerte, hasta que se cumplan los tiempos de su venida segunda y futura al fin de los tiempos. Jerusalén es, para San Lucas, el punto de llegada o el fin de la misión de Cristo sobre la tierra; y también será el punto de partida o inicio de la misión de los Apóstoles. Es precisamente en un monte de las afueras de Jerusalén que sucederá la visible ascensión de Cristo resucitado y glorioso a los cielos. Habrá un lugar del cielo, tal vez en la misma esencia divina, que alojará la humanidad física y gloriosa del Señor resucitado. Cuando los discípulos se quedan mirando a los cielos el misterio de la Ascensión, son los ángeles de Dios los que se encargan de anunciarles que ya es hora de trabajar por el Reino de los cielos en la tierra, porque a Jesús lo habrán de volver a ver cuando venga, así como se ha ido, entre las nubes del cielo, al fin de los tiempos. Uno de los apóstoles le había preguntado si ya habían llegado los tiempos en que el Mesías habría de restaurar el Reino  de Israel. Jesús dirá que no les toca a ellos, sino al Padre el conocimiento y la determinación del tiempo en que su Reino ha de venir a cumplirse. En cambio les anuncia que habrán de ser testigos suyos hasta que Él vuelva, en Jerusalén, Samaría y hasta los confines de la tierra. La historia en su sentido horizontal, ha recibido un corte que le ha dado la acción del Señor, en un sentido vertical, por su encarnación, por la que desciende a la humanidad, que asume para estar con nosotros; y por su Ascensión, por la que vuelve con nuestra humanidad asumida, al mismo Padre de donde ha venido y a Aquel por el que ha sido enviado. El Antiguo Testamento había consistido en el tiempo de la paciencia y de la preparación de su venida. Incluso San Agustín  dividía  la historia en siete etapas: De Adán hasta Noé, de Noé hasta Abraham, de Abraham hasta David, de David hasta la transmigración a Babilonia, desde la transmigración a Babilonia hasta Jesús en su primera venida; luego el Nuevo Testamento inaugurado por Cristo, el tiempo de la Iglesia, que va de la primera venida de Cristo hasta la Segunda al fin del tiempo; tiempo escatológico o últimos tiempos inaugurados por Cristo ya en su primera venida. Cuando Él vuelva con el juicio final y la resurrección de todos los muertos, inaugurará  la gloria de la eternidad. En San Mateo, Jesús deja las últimas instrucciones con el triple ministerio encomendado a los Apóstoles: enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia para la salvación de las almas. Él ha recibido todo poder, les dice, ya que después de su resurrección la gloria de Dios ha pasado a su humanidad, que ahora tiene, transmitida por Dios, su mismo poder divino, y que les confiere la autoridad de Cristo mismo y de su Espíritu, a los hombres designados por Él, para transmitir su Reino, su vida y su paz. El Señor ha sellado y ha cumplido su Nueva Alianza con la humanidad y el hombre ya está redimido por Dios. Ahora le toca al mismo hombre, es decir a todos y cada ser humano el vivir esta gracia aprovechándola para su salvación.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense

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