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Reflexión del Evangelio del Domingo 15 de enero.
Separador

Evangelio según San Juan 1, 29-34.

Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”. Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que vezas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”.

Juan da testimonio de Cristo llamándolo, en primer lugar, Cordero de Dios. Una frase que unida o entremezclada con el concepto de Siervo de Dios del profeta Isaías, alude al cordero pascual que Moisés había ordenado sacrificar por familia a la salida de Egipto. Es también el concepto de sacrificio que ya tenía el Antiguo Testamento. Había varios tipos de sacrificios, de expiación por el pecado, de comunión y los llamados holocaustos donde se debía consumir por el fuego toda la víctima del sacrificio. Pero aunque Dios declaraba perdonado el pecado de aquellos que ofrecían el sacrificio por el pecado, sin embargo sabemos que todos esos sacrificios no bastaban para satisfacer la infinita dignidad Divina ofendida por el pecado del hombre; y que por lo tanto todos esos sacrificios eran figura de aquel único sacrificio que habría de ser suficiente, y en abundancia infinita para aplacar la infinita justicia de Dios y su infinita dignidad ofendida: el sacrificio de Cristo. Ello se explica por el segundo término con el que Juan reconoce y confiesa que Cristo es el Hijo de Dios. Si el hombre es limitado por ser creatura de Dios, en el caso de Cristo, que se trata del mismo Dios hecho hombre, por ser precisamente el Hijo de Dios, su sacrificio tiene también un valor infinito y así puede no solamente borrar los pecados de la humanidad, sino también santificarla derramando sobre ella el don del Espíritu Santo. Juan no lo conocía hasta que ve la señal que Dios le había anunciado y prometido: aquel sobre el cual viera descender al Espíritu en forma de paloma y permanecer sobre él es el que bautiza en el Espíritu Santo. Es por eso que la escena del bautismo de Jesús por Juan, juntamente con las bodas de Caná y la visita de los reyes magos al pesebre de Belén constituyen los tres acontecimientos que se consideran como integrantes del  misterio de la epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación hacia afuera; y ello se refiere afuera de Israel, es decir que en Cristo habría de cumplirse el oráculo del profeta Isaías acerca del Siervo de Dios que habría de ser no solamente luz para el pueblo Judío, sino que también sería llamado “Luz de las naciones”. A su vez todos nosotros juntamente con los apóstoles hemos sido elegidos por Dios en Cristo para también ser luz para los demás. Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial, para que los hombres viendo vuestras buenas obras vengan a la salvación, nos diría el Señor. Vivimos en tiempos de mucho pecado pero entonces con mayor razón estamos llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense

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