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Nuestra Señora de La Merced
Virgen de La Merced

 

Domingo XX del tiempo ordinario o durante el año ciclo ”C”.
Separador

Evangelio según San Lucas 12, 49-53:

En aquel tiempo Jesús dijo: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera encendido! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Es el don del Espíritu Santo, el fuego que Jesús ha venido a encender en la tierra, en los corazones de los hombres que con fe acepten su mensaje. Es también un fuego purificador del pecado el que Jesús ha encendido en la cruz de su Pasión. Y con ello ha también traído la división. Como lo ha expresado San Agustín de Hipona en su magistral obra: “La Ciudad de Dios”: dos amores construyeron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la Ciudad de Dios, en cambio, el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la ciudad del mundo o Babilonia. A partir de Cristo, la historia de la humanidad estará marcada por esta división que podemos también contemplar hoy mismo. El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge desparrama, ha dicho Jesús en otro lugar del evangelio. Y en ello radica la llamada pretensión de Jesús: el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. Por supuesto que solamente quien sea Dios puede reclamar dicha pretensión. Es también otra manera de decirnos que Él es Dios hecho hombre.
Ahora bien, esta tensión que especialmente la sufrían los hombres de Dios ya estaba presente en el Antiguo Testamento, donde vemos los modos de persecución que ellos padecieron por parte del mundo enemigo de Dios; así tanto Moisés en su momento como el profeta Jeremías, habían sido perseguidos por sus propios hermanos israelitas.

En resumidas cuentas podemos constatar lo siguiente: cuando el hombre afirma su fe en Dios, esa civilización estará construida a favor del hombre; en cambio si el hombre se afirma a sí mismo prescindiendo de Dios, terminará por abolir al hombre. Cuando el hombre no reconoce a Dios, entonces pierde la justicia y la virtud, con la razón que le hace ver en el prójimo un hermano que siendo creado a imagen y semejanza de Dios merece un valor sagrado. Negado Dios se niega el hombre. Pidamos que vuelva a encenderse en los corazones la llama de la fe en Cristo, que nos trae su Reino, el Reino de Dios, el Reino de la Verdad, la Paz, el Amor y la Justicia. 

Pbro. José Augusto D´Andrea
Capellán Castrense


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