Desde los inicios de nuestra historia patria, la asistencia religiosa dentro las filas de nuestras tropas, fue una necesidad y realidad. La necesidad de la atención espiritual de nuestros hombres que llevaban adelante la guerra por nuestra independencia, encontrando en la Fé el refugio y la fortaleza para vencer las vicisitudes por las que tuvieron que atravesar a lo largo de la campaña militar.
Nuestro Ejército Patrio, conformado por hombres de todas las provincias pertenecientes al virreinato del Rio de la Plata, mantenían sus tradiciones y costumbres las cuales los hermanaban en la causa independentista, entre estas tradiciones la religión Católica prevalecía de manera notoria. Fue entonces que muchos hombres de la Iglesia que también abrazaron la causa emancipadora , vieron la necesidad de acompañar la marcha de nuestros soldados, para oficiar las misas de campaña, asistir espiritualmente a los heridos o desanimados, aportar sus conocimientos técnicos, científicos y humanos, aconsejar en base a su sacerdocio en otras peculiaridades que lleva la vida del soldado y sumar voluntades a la propia causa.
El Primer Gobierno Patrio, ante esta necesidad mantuvo la atención religiosa dentro de las filas de su naciente Ejército como se acostumbraba en los tiempos de la colonia. Fue la Asamblea Constituyente del año XIII, quien el 28 de Junio de 1813 autorizó la formación de un Vicariato General Castrense propio con el fin de unificar el accionar de los hombres de la Iglesia que ya se encontraban dentro de las filas patriotas y el 29 de noviembre del mismo año se nombró Vicario General Castrense del Ejército de la Patria, al Provisor y Gobernador del Obispado de Buenos Aires, Canónigo Dr Diego Estanislao Zavaleta quien desde ese momento comenzó a ejercer sus nuevas funciones al frente del Vicariato.
Hacia mitad del siglo XIX, durante el periodo de la Organización Nacional, las autoridades de la Nueva República, emanadas de la Constitución Nacional convalidaron la existencia del sistema dentro de las Fuerzas Armadas.
Durante la lucha contra la Fiebre Amarilla a finales del siglo XIX, el Servicio Religioso, se vio ampliado novedosamente con la incorporación del personal de Religiosas que actuaron en el primer Hospital del Ejército, en la asistencia a los enfermos víctimas de la epidemia que se contaban de a cientos, siendo este hecho, uno de los primeros antecedentes de la presencia de la mujer en las filas de manera organizada e institucionalizada. El personal de Religiosas prosigue hasta nuestros días cumpliendo su rol de combate como desde entonces.
Durante el siglo XX el Estado Nacional formalizó con la Santa Sede mediante un Concordato en el año 1957, el acompañamiento espiritual del personal castrense a través de la estructura de un Vicariato, quedando la Capellanía Mayor del Ejército integrada a dicho organismo de conducción religiosa.
Luego mediante un acuerdo en 1992 por Cartas Reversales entre la Santa Sede y el Estado Nacional evolucionó hacia la organización actual bajo la forma de un Obispado Castrense. Este acontecimiento ha permitido profundizar la acción pastoral y ha fortalecido la conformación de agentes pastorales cualificados en la formación específica. |