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Nuestra Señora de La Merced
Virgen de La Merced

 

Domingo XXII del Tiempo Ordinario.
Separador

Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14.

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».

El pasado domingo el Señor nos exhortaba “entrar por la puerta estrecha” (Cf. Lc 13, 24), imagen sumamente gráfica para hacernos comprender que, así como nos esforzamos por hacernos pequeños para poder pasar por una portezuela en que no caben los grandes, así hemos de luchar por hacernos pequeños para poder entrar en ese Reino que está reservado a los que se hacen como niños.
En este domingo, Nuestro Señor Jesucristo aprovecha la invitación que le hace un jefe de los fariseos para desenmascarar la soberbia de éstos, al tiempo que nos brinda una enseñanza acerca de la humildad con la parábola de los primeros puestos. El libro de los Proverbios lo advierte: “No te des importancia en presencia del rey ni te pongas en el lugar de los grandes” (Cf. 25, 6). Por eso el humilde huye de los primeros puestos como por instinto, porque sabe que esta actitud agrada al Padre Celestial. “El hombre según el Corazón de Dios hace siempre lo que Él quiere; une su corazón al Corazón de Dios; une su alma al Espíritu Santo; quiere lo que Dios quiere, y no quiere lo que Dios no quiere”, expresó San Juan Crisóstomo. Es lo que María Santísima canta en el Magnificat: “El Señor derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Cf. Lc 1, 52)
La humildad no es otra cosa que “andar en verdad” decía Santa Teresa de Jesús. Es aprender de Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Cf. Mt 11, 29), para poder vivir la vida de Jesucristo, que “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”, y que “por eso Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre” (Cf. Flp. 2, 9-10). La humildad es el don de Cristo, es su gracia de filiación. Un don que debemos pedir a nuestro Dios y Señor.

Presbítero Ignacio Cherino
Capellán Castrense


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